10 octubre 2008

El jardín

“Míralas, qué putillas…”
Mientras lo decía sabía que estaba sentenciando mi propia condena. Me oí a mí mismo pronunciando esas tres palabras y sabía que la estaba cagando, pero ya estaba dicho, era demasiado tarde. No pude evitarlo. Ella me miró sin dar crédito a lo que acaba de oír. Se le llenaron los ojos de lágrimas, no sé si de rabia o de tristeza, seguramente de las dos cosas a la vez. No dijo nada. Se quedó unos minutos mirando el suelo. Para mí fueron horas, días, siglos. Todo mi cuerpo se puso rígido y un sudor frío me empapó de arriba abajo. Un fuerte nudo me oprimía la garganta, como si se hubiera colocado allí adrede para impedirme decir nada más. De todos modos, dijera lo que dijera, ya no iba a arreglar nada. Al contrario, cualquier cosa que saliera por mi boca a partir de ese momento iba a ser peor, sería utilizada en mi contra. De mí sólo salió una risa histérica. En ese preciso instante, a punto de cumplir dieciocho años, todavía no sabía que ese iba a ser mi destino. Ese patrón infernal se repetiría en adelante sin que yo pudiera hacer nada por cambiarlo. De pronto, miré a mi lado y comprobé que ya no estaba. No me di cuenta de que se había ido. Vi el vacío que dejó en el banco del jardín, con resignación, y me invadió un sabor amargo. Aún lo tengo en la boca, me ha acompañado durante todos estos años, lo he degustado cada vez que me he acordado de ella. Ella que está en todas.
Me dejó por inepto, porque no estaba a su altura. Me quería por lo mismo, aunque no lo supiera, y yo sabía que eso no podía durar. Era demasiado doloroso. Me recordaba constantemente –con cada cosa que hacía, con cada gesto, con cada palabra– quién era yo. Me miraba en ella y no me gustaba lo que veía. Sabía que tarde o temprano me dejaría, y vivía entre el deseo de que eso no ocurriera nunca y la angustia de que inexorablemente un día se produciría. Esa situación me proporcionaba un vértigo al que pronto me acostumbré y del que luego no querría deshacerme. La ponía a prueba constantemente. Llevaba las cosas al límite para probar sus sentimientos, para saber si de verdad me quería, como decía, si lo suyo conmigo iba en serio, o si sólo era una forma de pasar el rato. Inconscientemente entendí que debía cambiar los papeles si quería tener el poder de la situación y ser más fuerte. Pero al final, salí perdiendo.
Miré el cielo gris a través de los árboles del parque, que se habían teñido de otoño. Lloviznaba y el poeta Antonio Trueba me dedicaba una mirada gélida desde su estatua. Las cuadrillas se habían retirado a sus casas, se acercaba la hora de la cena. Estaba sentado sobre el banco, enfundado en mi chupa, y un hombre que paseaba su perro me miró las botas sucias de barro, con desdén. Escupí a su paso. Mi rabia se fue con aquel lapo. Mis lágrimas también.

02 octubre 2008

Espejo

Terrible condena la del espejo.

01 octubre 2008

La amistad, según John Boyne

"Se trata de ser sincero en tu relación con los demás, no utilizar al otro, preocuparte y estar cuando te necesitan."
*John Boyne es el autor de El niño con el pijama de rayas.