03 abril 2008

Colesterol 311

-Lleva usted una bomba de relojería dentro, dijo la doctora con aire reprobador.
Me clavó las agujas de sus ojos azules y tuve que bajar la mirada. Luego escribió en un papel el nombre de la nueva medicación, con letra ininteligible. Debe de haber un código secreto entre los médicos y los farmacéuticos, pensé para mis adentros, pero no me atreví a comentar nada. Ese día la doctora no estaba para bromas. Rasgó la hoja de la libreta, me la entregó con el aburrimiento y la resignación propios de cierto personal de la sanidad pública, y cuando salí por la puerta me dijo: “Cuídese, y no olvide repetir la analítica en tres meses. Pida hora en el mostrador”.
En la calle me sentí como cuando mi madre me reñía de pequeño, y ese recuerdo me supo agridulce. Me daba igual morirme. De hecho, podía ser hoy mismo, me harían un favor. Entré en la primera farmacia que encontré y una chica escondida tras unas gafas de pasta me atendió sin mirarme. Tomó la receta que le tendí y se fue leyéndola hacia la parte trasera del local, a rebuscar entre los estantes donde miles de cajitas con comprimidos de colores se apilaban las unas sobre las otras. Volvió al mostrador, con un cúter cortó un trocito de cartón de la caja, lo pegó con papel celo a la receta, pasó el código de barras por un lector y me dijo mecánicamente: “Son veinte con treinta y siete”. Pues sí que sale caro tener colesterol. Metió la caja, la receta y el tique en una bolsita de plástico con publicidad en un lado y el nombre de la farmacia en el otro, me devolvió el cambio, y pasó a atender a una anciana reducida que arrastraba un perrito con abriguito de lana.
-Gracias, hasta luego.
No hubo respuesta.
Al salir encendí un cigarrillo. La doctora había insistido en que dejase de fumar así que pensé en probar con los parches, pero había olvidado por completo comprarlos. Pensé en volver atrás, pero en esos momentos no me sentía con ánimos de enfrentarme de nuevo a la indiferencia con gafas de pasta. Si me tratan mal en un establecimiento no discuto; sencillamente no vuelvo más.

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