29 diciembre 2008

Semillas

La ira llama a la ira.

27 diciembre 2008

Post-K

It's been raining all day long. The wind and the sea roar outside. Is this little house going to blow in the air? I imagine myself inside, upon a big wave, crossing the sea in the middle of the dark, trying to find a spot of light in the horizon.
I've been sleeping a lot. Exhausted. I remember every little thing, every single detail. And I wonder if it was a dream.
Now, here I am.
Just like a castaway... sending a message in a bottle.

03 diciembre 2008

Lectura

"Todos en este mundo tienen sus propios intereses, sean éstos las mujeres, las riquezas, la sabiduría u otra cosa. Cada uno piensa que su comodidad y su dicha yacen en esa búsqueda. Mas cuando sale en busca de dicho objeto no halla satisfacción en él y regresa. Después de un tiempo declara que en realidad buscaba la alegría y la misericordia; de manera que parte en su nueva búsqueda y resulta una nueva decepción; y así sigue otra vez y otra más."

Rumi, Fihi Ma Fihi.

25 noviembre 2008

Resiliencia

"Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor."
Samuel Beckett

22 noviembre 2008

Riachuelo

Nado a contracorriente. Lo llevo haciendo desde que tengo uso de razón y me siento cansada. Quiero convertirme en riachuelo y rodar los cantos, cantar los saltos, regar las eras.

10 octubre 2008

El jardín

“Míralas, qué putillas…”
Mientras lo decía sabía que estaba sentenciando mi propia condena. Me oí a mí mismo pronunciando esas tres palabras y sabía que la estaba cagando, pero ya estaba dicho, era demasiado tarde. No pude evitarlo. Ella me miró sin dar crédito a lo que acaba de oír. Se le llenaron los ojos de lágrimas, no sé si de rabia o de tristeza, seguramente de las dos cosas a la vez. No dijo nada. Se quedó unos minutos mirando el suelo. Para mí fueron horas, días, siglos. Todo mi cuerpo se puso rígido y un sudor frío me empapó de arriba abajo. Un fuerte nudo me oprimía la garganta, como si se hubiera colocado allí adrede para impedirme decir nada más. De todos modos, dijera lo que dijera, ya no iba a arreglar nada. Al contrario, cualquier cosa que saliera por mi boca a partir de ese momento iba a ser peor, sería utilizada en mi contra. De mí sólo salió una risa histérica. En ese preciso instante, a punto de cumplir dieciocho años, todavía no sabía que ese iba a ser mi destino. Ese patrón infernal se repetiría en adelante sin que yo pudiera hacer nada por cambiarlo. De pronto, miré a mi lado y comprobé que ya no estaba. No me di cuenta de que se había ido. Vi el vacío que dejó en el banco del jardín, con resignación, y me invadió un sabor amargo. Aún lo tengo en la boca, me ha acompañado durante todos estos años, lo he degustado cada vez que me he acordado de ella. Ella que está en todas.
Me dejó por inepto, porque no estaba a su altura. Me quería por lo mismo, aunque no lo supiera, y yo sabía que eso no podía durar. Era demasiado doloroso. Me recordaba constantemente –con cada cosa que hacía, con cada gesto, con cada palabra– quién era yo. Me miraba en ella y no me gustaba lo que veía. Sabía que tarde o temprano me dejaría, y vivía entre el deseo de que eso no ocurriera nunca y la angustia de que inexorablemente un día se produciría. Esa situación me proporcionaba un vértigo al que pronto me acostumbré y del que luego no querría deshacerme. La ponía a prueba constantemente. Llevaba las cosas al límite para probar sus sentimientos, para saber si de verdad me quería, como decía, si lo suyo conmigo iba en serio, o si sólo era una forma de pasar el rato. Inconscientemente entendí que debía cambiar los papeles si quería tener el poder de la situación y ser más fuerte. Pero al final, salí perdiendo.
Miré el cielo gris a través de los árboles del parque, que se habían teñido de otoño. Lloviznaba y el poeta Antonio Trueba me dedicaba una mirada gélida desde su estatua. Las cuadrillas se habían retirado a sus casas, se acercaba la hora de la cena. Estaba sentado sobre el banco, enfundado en mi chupa, y un hombre que paseaba su perro me miró las botas sucias de barro, con desdén. Escupí a su paso. Mi rabia se fue con aquel lapo. Mis lágrimas también.

02 octubre 2008

Espejo

Terrible condena la del espejo.

01 octubre 2008

La amistad, según John Boyne

"Se trata de ser sincero en tu relación con los demás, no utilizar al otro, preocuparte y estar cuando te necesitan."
*John Boyne es el autor de El niño con el pijama de rayas.

30 septiembre 2008

FINE

La que te quiso ya no es.

26 septiembre 2008

Papel de seda

Te di mi vida, mi ilusión, mi alegría, envueltas en papel de seda.

28 agosto 2008

Estoy limpia

Te deseo momentos de íntima soledad. Un reencuentro con la melancolía y la nostalgia. Te invadirán el dolor, la impotencia, la frustración. Ahora ya no son míos. Esa era tu mierda y te la devuelvo; te pertenece. Yo estoy limpia.

02 agosto 2008

No soy yo

A veces siento un impulso.
Estoy leyendo en la biblioteca, o en un bar, y me da una punzada en el vientre. Voy al servicio y cierro la puerta con pestillo. Me siento en la taza del váter y me quedo muy quieto, escuchando. Cuando estoy seguro de estar solo, cago. Un calor sube por mis pantorrillas, me recorre el espinazo, el cuello, las sienes y las orejas, hasta la coronilla. Mis labios palpitan. Huelo. Me da gusto. Me limpio y tiro de la cadena. Me quedo un rato ahí, sentado, alerta. Cuando alguien entra en los urinarios, me empiezo a tocar. Masajeo mi pene y pienso en el tío que está meando, creo que me oye. Me excito. Si veo que voy a correrme, paro. Espero que salga y luego salgo yo.
Estoy en la calle. No pienso en nada. Es de puta madre. La tensión me arrastra. Camino como un autómata, espero no encontrarme con nadie conocido. Al llegar es de noche y el aire es fresco. Hay humedad y huele a tierra. Recorro los caminos y cruzo miradas. Fumo compulsivamente mientras busco. Compruebo que mi pene está erecto. Luego todo va rápido y los recuerdos se difuminan. Con las manos agarro una cabeza. Noto el pelo entre los dedos. Atrás, adelante. Cierro los ojos. Siento mucho placer. Está todo oscuro. Quiero irme pero no puedo. No puedo. Un líquido espeso y caliente sale de mí. No es mío.
No soy yo.

13 julio 2008

Bronca dominical

El cuerpo del delito yace, aún, espachurrado contra el asfalto.
A las 8:30 de la mañana empezaron los gritos, los golpes, los portazos. Duró un rato. Luego se calmaron. La tregua fue corta. Siguió la bronca.
Los vecinos empezamos a asomarnos a las ventanas, una inquietud nos despertó en un domingo de verano. Los madrugadores miraban hacia arriba, al balcón del tercero. Las ventanas abiertas alimentan el morbo.
Poco a poco nos habituamos a los insultos; todas las parejas discuten.
De repente se oyó un estrépito.
Se estrelló. La lámpara de diseño ya no dará luz.
El barrendero, agarrado a la escoba y con el alma en vilo, se alejó despotricando: “Un día de estos me van a matar”.

Barcelona, 13 de julio de 2008.

03 abril 2008

La verdad según Sofía

“¿Qué es la verdad?”
Esa pregunta se dibujó en mi cabeza y me miré al espejo, esperando que el reflejo me devolviera alguna respuesta. Sólo vi mi cara cansada, ligeramente borracha, el maquillaje desdibujado y el rimel corrido. Era ya muy tarde y tal vez lo más sensato era que me metiera en la cama, pero no podía dormir. Los acontecimientos de los últimos tiempos, que habían culminado en esa noche, me tenían demasiado despierta. Cogí un algodón, lo impregné con loción y empecé a desmaquillarme. Mientras introducía con gestos rápidos y diestros el redondel de algodón en las arrugas de mi cara, me di cuenta de que tenía muchas ganas de seguir bebiendo. En ese momento quería sentirme muy borracha, olvidarme de todo por unas horas, y me importaba muy poco la resaca del día después.
Vaya pregunta improcedente, pensé mientras me untaba la cara con crema hidratante. La verdad no es algo acerca de lo cual se deba preguntar, la verdad se sabe cuando es verdadera. Sólo la gente que está profundamente aburrida se formula semejantes absurdidades y, seguramente, si tuvieran algo más importante que hacer en sus vidas, no le dedicarían ni medio minuto a ese tipo de disquisiciones. Por eso no me quedé en la universidad, porque no me quería contagiar y acabar siendo como ellos, concluí sin más, mientras me repasaba los pelos del bigote con la pinza de depilar.
Había empezado ya a lavarme los dientes pero decidí probar suerte en la nevera. La abrí y estaba más blanca por dentro que por fuera. Llevaba días así, no había tenido tiempo, ni ganas, de ir al supermercado a hacer una compra. Dentro no había más que una botella de Martini Rosso sin empezar, así que la abrí y me serví un vaso a rebosar. Sin hielo, sin ginebra, sin rodajita de naranja. A palo seco. Fui al lavabo, escupí la pasta de dientes y me enjuagué. Tal vez me debería haber lavado los dientes después, pero pensé que no habría después. Quería perder la noción de todo y dormir por lo menos hasta el mediodía.

Colesterol 311

-Lleva usted una bomba de relojería dentro, dijo la doctora con aire reprobador.
Me clavó las agujas de sus ojos azules y tuve que bajar la mirada. Luego escribió en un papel el nombre de la nueva medicación, con letra ininteligible. Debe de haber un código secreto entre los médicos y los farmacéuticos, pensé para mis adentros, pero no me atreví a comentar nada. Ese día la doctora no estaba para bromas. Rasgó la hoja de la libreta, me la entregó con el aburrimiento y la resignación propios de cierto personal de la sanidad pública, y cuando salí por la puerta me dijo: “Cuídese, y no olvide repetir la analítica en tres meses. Pida hora en el mostrador”.
En la calle me sentí como cuando mi madre me reñía de pequeño, y ese recuerdo me supo agridulce. Me daba igual morirme. De hecho, podía ser hoy mismo, me harían un favor. Entré en la primera farmacia que encontré y una chica escondida tras unas gafas de pasta me atendió sin mirarme. Tomó la receta que le tendí y se fue leyéndola hacia la parte trasera del local, a rebuscar entre los estantes donde miles de cajitas con comprimidos de colores se apilaban las unas sobre las otras. Volvió al mostrador, con un cúter cortó un trocito de cartón de la caja, lo pegó con papel celo a la receta, pasó el código de barras por un lector y me dijo mecánicamente: “Son veinte con treinta y siete”. Pues sí que sale caro tener colesterol. Metió la caja, la receta y el tique en una bolsita de plástico con publicidad en un lado y el nombre de la farmacia en el otro, me devolvió el cambio, y pasó a atender a una anciana reducida que arrastraba un perrito con abriguito de lana.
-Gracias, hasta luego.
No hubo respuesta.
Al salir encendí un cigarrillo. La doctora había insistido en que dejase de fumar así que pensé en probar con los parches, pero había olvidado por completo comprarlos. Pensé en volver atrás, pero en esos momentos no me sentía con ánimos de enfrentarme de nuevo a la indiferencia con gafas de pasta. Si me tratan mal en un establecimiento no discuto; sencillamente no vuelvo más.