03 mayo 2010

Otra vida

A veces me gustaría ser recepcionista en una clínica dental. Que mis preocupaciones laborales fueran llegar puntual a mi hora y cuadrar la agenda de extracciones, empastes, implantes y limpiezas bucales. Salir con el tiempo justo del trabajo, tomar el metro en hora punta y llegar a tiempo de recoger a mis dos hijos en el colegio, niña y niño, la parejita. Comprarles un tigretón de merienda a cada uno y que en el camino a casa me contaran las anécdotas del día, darles un grito para que no se pelearan, llegar a casa, ayudarles con los deberes, bañarlos, hacerles la cena, y esperar que mi marido llegara tarde, como cada día, para cenar algo con él en silencio y luego tirarnos en el sofá a mirar una serie o un programa de humor de la televisión. Quedarme dormida en sus brazos y no recordar cómo llegué a la cama, para amanecer al día siguiente sabiendo que todo volverá a ser igual, que si consigo que el del banco no me suba la hipoteca, la economía familiar cuadrará, que el fin de semana daremos una vuelta por el centro comercial, haremos la compra para toda la semana, y allí nos encontraremos con otra pareja con hijos de las mismas edades que los nuestros. El domingo ir a comer a casa de mis suegros, y luego ver todos juntos el partido y chillar como la que más con cada gol. Algún sábado dejaríamos a los niños con mis padres y saldríamos a cenar y de copas con amigos, o al cine, pero muy de tarde en tarde, que hay que ahorrar. Alguna vez, de repente, me emocionaría al entrar en el cuarto de mis hijos dormidos y verlos tan grandes. Me extrañaría el paso del tiempo, me daría miedo, tal vez, por unos instantes, pero se me pasaría rápidamente al poner orden en los juguetes tirados por el suelo. También a veces recordaría el día en que me casé, pensaría en lo jóvenes que éramos, en que él ya no me mira como antes, pero me diría a mí misma que es normal, que las cosas cambian, que eso dicen en todas las revistas femeninas, y que debo hacer un esfuerzo por estar mejor en mi piel, reforzar mi autoestima y conseguir así volver a gustarle como el primer día. Me emocionaría con los besos apasionados que él me daría en el momento menos pensado, y me sentiría orgullosa de haber llegado tan lejos con él y no haberme separado, como tantas otras parejas, a la primera crisis. Tendría una buena amiga, o dos, a lo sumo, con las que me contaría intimidades sobre nuestros maridos y compartiría chismes. Ya se sabe que las amigas de verdad se cuentan con los dedos de una mano. Al pensar en el futuro desearía que mis hijos estudiaran, consiguieran un buen trabajo, se casaran, me dieran nietos, y poder retirarme con mi marido en el pisito de la playa que nos habríamos comprado con los ahorros de toda una vida, para disfrutar del tiempo que nos quedara, juntos, por fin, y poder dar paseos, tomar helados, y leer novelas por la tarde, a la sombra en el balcón.

2 comentarios:

Miguel dijo...

Siempre es un placer leer tus entradas al blog. Me gusta la dulce melancolía que destila esta y pone la cabeza en marcha sobre muchas cosas.

Besos y te seguimos esperando en Mallorca.

Miguel

Teresa Novoa dijo...

Hacía mucho que no te visitaba así que hoy me lo he leído todo, y esta entrada...buf, muy buena!