31 enero 2009

La verdad según Sofía (II)

La cama todavía huele a él. Su olor misterioso, ese perfume antiguo que se me quedó impregnado en las manos, en la nariz, en la lengua, en el coño, está en el colchón, en las almohadas, en las sábanas. No importa las veces que los he lavado. Cuando se ha amado a alguien, se lo ama toda la vida, de la misma forma que el dolor que alguien nos causa duele para siempre. No hay nada que hacer. En vano nos esforzamos en pasar página en el libro del desamor, en hacer el duelo, echando mano del sentido común y de los buenos consejos. No sirve de nada. Tampoco funcionan las estrategias racionales con que analizamos el fracaso de la relación, ni los libros de autoayuda, que tan de moda están. Nada. No hay nada con suficiente poder para mitigar el desgarro que se instala en las vísceras tras una ruptura. Los autoengaños balsámicos tan sólo ayudan a sobrevivir. No importa cuántas relaciones amorosas hayamos tenido ni por cuántas separaciones hayamos pasado, cada persona que nos da felicidad nos inocula la equivalente dosis de infelicidad. Esos sentimientos penetran en la memoria celular y nos acompañan hasta la muerte, aunque no lo queramos.

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