09 junio 2006

El cobrador del frac

La otra noche tuve un sueño curioso. Soñé que iba por la calle y de repente veía uno de esos coches que llevan publicidad incorporada, salvo que en ese caso no se trataba exactamente de publicidad, sino que el coche era propiedad de la empresa "El cobrador del frac" y estaba rotulado con su imagen corporativa. Como ya es sabido, "El cobrador del frac" es una compañía que se dedica a perseguir a los morosos o deudores, y que desde hace ya unos años ha modernizado esta ingrata y antigua actividad poniendo a disposición de sus trabajadores un parque automovilístico de coches utilitarios, pintados siguiendo la línea corporativa negra y blanca con letras elegantes que incorpora además un señor con bigotes vestido con un frac. Dentro, y siguiendo la tradición, sus conductores van convenientemente ataviados con un elegante frac. No sé en otras ciudades, pero ahora en Barcelona existe también otra empresa, competencia de los cobradores del frac de toda la vida, que también emplea coches utilitarios para sus actividades, y que con un tono de cierto cachondeo acorde con una imagen de un color amarillo parchís y grandes letras negras, se hace llamar "El torero del moroso". Su plantilla de trabajadores se dedica también a intentar satisfacer impagos y otras deudas, vestidos ellos cuales toreros dispuestos a rematar la más ardua faena.
Lo curioso en mi sueño era que yo iba caminando por la calle y lo que me sorprendía era que empezaba a ver coches de "El cobrador del frac" por todas partes. Y tras ver los coches, me empecé a fijar en los transeúntes a mi alrededor, y veía a cobradores elegantemente vestidos, persiguiendo sin descanso a personas que por sus rostros y prisas daban muestra de una gran incomodidad. Me acababa de cruzar con el primero y por la esquina de la siguiente calle ya estaba apareciendo otro. Cruzaba el semáforo y a mi lado pasaba una persona como una exhalación perseguida por un cobrador con su frac, maletín en mano. Veía a una señora con cara de angustia con un cobrador del frac pegado a sus talones, o a un tipo con un cobrador del frac instalado en el lugar de su sombra, y así uno tras otro, sin parar. No podía dar crédito a lo que veían mis ojos, así que decidí acercarme a uno de ellos que estaba parado en medio de la calle consultando su Palm Pilot, me imagino que para confirmar el sitio y hora de su siguiente persecución, y preguntarle la razón de semejante invasión. ¿Será que ha habido un cataclismo en las bolsas, está todo el mundo comprando a lo loco con tarjeta de crédito, sin fondos para pagar los cargos, y yo, para variar, ando en la más completa inopia y no me he enterado?
La respuesta del cobrador me dejó aún más atónita. Tras una reunión de los accionistas con la dirección de la empresa para hacer balance anual de resultados y analizar el mercado y la competencia, desde la dirección de "El cobrador del frac" se había decidido hacer un cambio revolucionario en la actividad de la empresa, que sin duda alguna iba a suponer unos ingresos fabulosos al final del siguiente año. Por un lado, desde el consejo de dirección se había detectado un considerable crecimiento en la competencia y se había tenido que aceptar el éxito de "El torero del moroso" debido a su publicidad y a su imagen de marca, así como a sus agresivas técnicas de cobro. Y por otro, gracias al asesoramiento de un grupo de gurús de una empresa de consultoría de prestigio, se había detectado un vacío en el mercado de los cobros que ninguna empresa estaba cubriendo, y desde "El cobrador del frac" se había decidido apostar por esa nueva línea de negocio, que consistía básicamente en proseguir con la misma actividad persecutoria de morosos cambiando, sin embargo, el perfil de los mismos. En vez de deudores de importes económicos o monetarios, los nuevos perseguidos por los cobradores del frac serían los morosos de sentimientos y de emociones.
Y entonces comprendí todo. Comprendí la invasión de cobradores en las calles de mi ciudad, e imaginé que el fenómeno debía de estar extendiéndose por todo el país. Según me contó el cobrador, ya con cierta impaciencia porque tenía que marcharse a realizar su siguiente trabajo, pero con total corrección, desde la propia empresa estaban muy sorprendidos de la cantidad de peticiones que se estaban recibiendo, tenían las centralitas totalmente colapsadas y estaban ya reclutando a personal nuevo, formándolo a marchas forzadas para poder dar abasto y satisfacer a todas las demandas, y cobrar las deudas sentimentales pendientes que tenía la población española, que según se estaba demostrando, eran enormes. Le agradecí toda la información y tal cual se marchó a toda prisa mientras contestaba una llamada con su teléfono móvil.
En mi sueño me sentí petrificada y me quedé inmóvil, quieta y parada en medio de la calle, con esa desagradable sensación que ocurre en el mundo onírico en que uno quiere caminar, o correr pero por mucho que lo desee y lo piense, el cuerpo no reacciona y si lo hace es de una forma totalmente lenta e inútil. Porque lo que deseaba yo en mi sueño era echar a correr, escapar de ese espanto que se estaba dando a mi alrededor y que sin duda debía de estar generando un negocio brutal. Finalmente alguien muy listo, o sencillamente observador, había sabido detectar una triste realidad de nuestros tiempos –o quizás de todos los tiempos- y había tenido la brillante idea de hacer negocio con ella. Cobradores de deudas emocionales... Quién no sucumbirá ante la tentación de reclamarlas si le dan la ocasión de hacerlo. Y quién no tendrá alguna. Cuántas veces yo misma no habré dado, de manera consciente o no, todo lo mejor de mí a aquella persona –familiar, amiga o amigo, novio de una noche, amante o pareja- que tenía ante mí y que podía necesitarme, cuántas veces habré malinterpretado lo que se esperaba de mí, cuántas veces lo que se esperaba de mí no correspondía con lo que yo en ese momento podía o quería dar. Cuántos deseos y frustraciones habré ido generando en los corazones de las personas que he ido encontrando a lo largo del camino.
En esas estaba yo en mi sueño, intentando moverme sin éxito, mientras veía a la gente que corría despavorida a mi alrededor, escapando de los cobradores del frac, cuando de repente apareció "mi" cobrador del frac. Lo vi ahí enfrente, nos miramos, me reconoció y lo reconocí. Mientras se dirigía hacia mí, un sudor frío empezó a recorrer todo mi cuerpo y entré en pánico, dándome cuenta de que efectivamente venía a por mí, de que me perseguiría incansablemente por la ciudad hasta que pagara todas mis deudas, y yo no sabía cuánto duraría eso, porque no sabía a ciencia cierta cuántas tendría, cuántas personas de mi vida me considerarían morosa emocional y habrían recurrido a los servicios de esta empresa para recuperar algo que no les di en su momento, la parte de mis sentimientos que consideraban que les pertenecían y que ahora me reclamaban. Justo en el momento fatídico en que el cobrador me iba a comunicar mis deudas, desperté de un sobresalto. Abrí los ojos en la media luz de la habitación y miré la hora. Aún no había sonado el despertador, faltaban diez minutos para las ocho.

Barcelona, 20 de mayo 2003.

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